domingo, 27 de enero de 2019

En el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús (I)


Iniciamos con esta publicación una serie dedicada a conmemorar el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús (1919-2019). En este sentido, me dedicaré a transcribir una serie de textos relacionados con este asunto, extraidos del libro "Corazón de España, Historia del Monumento del Cerro de los Ángeles (1900-1976)", del P. José Caballero S.J.

A primeros de abril de 1919, se dieron los últimos pasos para la Consagración de España ante el monumento tuviera un carácter de oficial y, por tanto, que fuera realizado con participación del mismo Rey.  El ambiente de aquel tiempo no sintonizaba con esta idea, como mostraron muchos de los componentes del Gobierno: parecía un reto de laicismo liberal dominante. Hubo crisis, y el 15 de aquel mes juraba el nuevo Gobierno, presidido por don Antonio Maura. A pesar de varias amenazas anónimas, asistió en pleno al acto de la Consagración  el 30 de mayo.

  1. Evocación de aquel día inolvidable
El "Boletín" del Obispado de Madrid publicaba el día 20 (tan sólo diez días antes) una circular de monseñor Melo y Alcalde, que deja entrever las dificultades de última hora:

"No es ocasión ésta de enumerar las dificultades de odo género que surgieron en el camino de esta gloriosa empresa. Venciólas todas la piedad española. El monumento, oración esculpida en piedra, profesión de fe y amor de un pueblo cristiano, se levanta gallardo sobre el Cerro de los Ángeles, y Dios mediante, el dia 30 de los corrientes, festividad del Santo Rey Fernando III, hemos de celebrar su inauguración." (Indicaba a continuación las normas oportunas para que toda la nación se uniese aquel día a los actos inagurales.)

El ardoroso P. Crawley había teido a fines de mayo un tríduo preparatorio en la iglesia de San Jerónimo que, de haber podido servirse de los medios actuales de difusión, habría hecho vibrar a unísono los corazones e todos los españoles. Con todo derecho aparecía luego, en el acto del día 30, en un lugar preferente, junto con los principales participantes en la campaña.

Desde media mañana, iban llegando por todos los caminos multitud de coches y grupos de personas a pie que cubrían la colina en actitud expectante. Aquellos miles de personas se sentían como en representación de los miles y miles que sólo asistían con el deseo. Desde la ermita al monumento, se habia dispuesto el terreno del mejor modo para aquella concentración. Tapices y macizos de planta y flores, adornaban el conjunto. A la izquierda se alzaba una tribuna para la Familia Real, y a su derecha se había colocado los sitiales para el Gobierno, autoridades e invitados.

 A las 11:30 se alzó el pendón morado de Castilla junto a la real tribuna, y en la parte misma del altar una gran bandera nacional, símbolo de la patria española. El cornetín de órdenes anunció la llegada de los Reyes, que fueron recibidos por el Nuncio de S.S., y demás prelados asistentes.

Vestía el Rey uniforme de Capitan General, con todas las insignias de gran gala. La Reina también elegantemente vestida y ricamente ataviada.

Eran las 11:45 a.m. cuando el Prelado bendijo el monumento y, revestido de ricos ornamentos, comenzó la Santa Misa. A la elevación, todas la bandas dejaron oir los acordes de la marcha real, mientras todos adoraban reverentes al Señor, Rey de Reyes. Antes de la bendición final  se dio lectura al telegrama de S.S., firmado por el cardenal Gasparri, concediendo la bendición papal para todos los presentes.

En el centro del altar se expuso en rica custodia al Señor en forma consagrada en la misma misa, y el duque del Infantado y el señor Obispo de Sión, se dirigen a la tribuna real para acompañar a Su Majestad hacia el altar. Acompaña al Rey toda la Familia Real, y queda de rodillas junto al altar. El Rey subió las gradas hasta el lado de la epístola y recibió de manos del duque del Infantado el pergamino con la fórmula de la Consagración. Apoyado en su sable, escuchó de rodillas las preces de la exposición, y en seguida, mientrs todos seguían de rodillas, se colocó de pie, medio vuelto hacia la custodia y al pueblo, y con voz serena, acompasada, leyó sentidamente la fórmul, cuyas frases eran acogidas por todos en un silencio impresionante. La bandera del otro lado del altar, azotada por el viento, era el único rumor que acompañaba la voz del Monarca. ¡Gesto inmortal, de verdadera y soberana caballerosidad, "digna en todo de la historia e hidalguía del pueblo caballeresco por excelencia", como había de deirm cuatro años más tarde, S.S. Pío XI al recibir la visita del mismo Alfonso XIII.

Se organizó en seguida la procesión para trasladar al Santísimo hasta la ermita de la Virgen, escoltado por la Familia Real, y aclamado por todo el público, y desde la explanada de arriba trazó la bendición con la custodia el Cardenal Primado sobre aquella multitud y toda España consagrada por labios de su Rey al Corazón de Jesucristo.

Nada tiene de extraño, en contraste con el entusiasmo del pueblo sinceramente católico que se siente unido al acto de su Rey, el clamoreo furioso de las sectas, que lanzaba su rabia contra aquel acto que calificaba de "delirio y loco desafio".

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